Plaza de la Canourgue

Si la plaza de la Canourgue nos fuera descrita por sus habitantes, seguro que la describirían como discreta, bella y romántica. Y lo cierto es que no les falta razones. Aunque ahora mismo estés un poco más abajo, vas a descubrir, paso a paso, cómo este rincón tan encantador ha ido tomando forma a lo largo de los siglos. Todo empieza en 1129, cuando Guillermo VI, señor de Montpellier, elige esta pequeña colina para construir su residencia.

Añade una capilla donde guarda varias reliquias traídas de Tierra Santa. Pero con las guerras de religión, en 1562, esa capilla desaparece. En 1604, los Penitentes Blancos, una cofradía católica, compran el terreno y levantan un nuevo santuario… que también es destruido, esta vez en 1621. Sin edificio alguno, la plaza queda como una página en blanco. Entonces aparece Pierre de Fenouillet, obispo de Montpellier, con un nuevo proyecto: construir una catedral. Se empiezan las obras en 1623, pero seis años más tarde, Richelieu las detiene para concentrar los esfuerzos en restaurar la catedral de San Pedro.

Justo delante de ti, todavía se pueden ver los cimientos de esa iglesia que nunca llegó a construirse. A lo largo de los siglos, la plaza fue cambiando. Se construyeron elegantes palacetes, como el Hôtel de Belleval —justo arriba de las escaleras—, que incluso llegó a albergar el Ayuntamiento. También se creó la plaza ajardinada que ves hoy, con un pequeño estanque y la fuente de los Unicornios, en homenaje al marqués de Castries.

Así fue tomando forma esta plaza, la más antigua de Montpellier. Su nombre, Canourgue, viene del occitano “Canorgua” y hace referencia a los canónigos de Maguelone que vivieron aquí hace siglos. Un lugar cargado de historias… y de mucho encanto.