El Écusson

En Montpellier, claro que se habla de un centro histórico. Pero si escuchas a los auténticos locales, te dirán simplemente: l’Écusson. Este barrio, alma del casco antiguo, es el más conocido y animado de la ciudad. Y aunque pasear por sus 52 hectáreas de callejuelas medievales ya es un placer, cuesta imaginar toda la historia que encierran. Sus orígenes, su nombre peculiar y sus particularidades merecen una mirada más atenta.

En el siglo XII, Montpellier ya estaba rodeada por una muralla. Pero con el crecimiento de la población, pronto se necesitó un nuevo recinto fortificado. Así nace, un siglo más tarde, la llamada “valla comunal”, que reunía dos núcleos antes separados: la ciudad de los señores Guilhem y el pueblo episcopal de la colina vecina. Al abrigo de estas nuevas murallas se desarrolla el corazón de la ciudad: nuestro querido Écusson. ¿Y ese nombre? Si observas el plano de Montpellier, verás que sus límites dibujan un pentágono, como los escudos medievales en los que se mostraban los blasones.

Dentro de l’Écusson, la mayoría de las calles son estrechas y curvas, herencia directa de su trazado medieval. Salvo dos excepciones: la calle Foch, donde se alza el Arco del Triunfo, y la calle de la Loge, que une la plaza de la Prefectura con la de la Comédie. Ambas fueron parte del ambicioso pero inacabado proyecto del alcalde Jules Pagézy en el siglo XIX, que soñaba con hacer de Montpellier una nueva París al estilo Haussmann.

Hoy, l’Écusson vibra al ritmo de la música callejera, de sus plazas con encanto y de su animada vida gastronómica. Pero no te confíes: en este laberinto de piedra caliza, puedes tropezarte en cualquier esquina con restos del pasado, museos fascinantes o calles llenas de sorpresas. Como la calle del Brazo de Hierro, justo delante de ti, llamada así por el brazo metálico que sostiene uno de sus faroles.