Abadía de Santa Ana

Puede que algunos la conozcan como el monasterio cisterciense, pero aquí en Málaga todo el mundo la llama simplemente la Abadía de Santa Ana, un pequeño tesoro escondido en pleno centro de la ciudad. No es un edificio grandioso ni recargado, pero tiene una belleza tranquila que atrapa desde el primer momento.

Es luminosa, sencilla, bien proporcionada… y cuando uno la mira, cuesta apartar la vista. La historia comienza a principios del siglo XVII, cuando un grupo de monjas cistercienses se instala en la ciudad. Tras una primera ubicación, se trasladan aquí en 1617. El edificio que vemos hoy es de 1878, una reconstrucción realizada por el arquitecto Jerónimo Cuervo. A lo largo de los años ha sido restaurado varias veces, pero ha conservado ese encanto especial que lo hace único.

Sobre la entrada principal, una estatua de terracota de Santa Ana, colocada en el siglo XVIII, da la bienvenida a los visitantes. Pero eso es solo el principio: si entras, descubrirás otras joyas, como algunas obras relacionadas con Pedro de Mena, uno de los grandes escultores del barroco español. Vivía muy cerca de aquí, tenía su taller en el barrio y mantenía un vínculo muy especial con esta abadía, sobre todo después de que sus tres hijas ingresaran en el convento.

Cuenta la tradición que Pedro de Mena quiso ser enterrado aquí, justo bajo los pies de los fieles. Y así se hizo, en 1688. Sin embargo, con el paso del tiempo, su cuerpo fue trasladado por error y su tumba cayó en el olvido… hasta que finalmente, en 1996, sus restos regresaron al lugar que él mismo había elegido.

Y ya que hablamos de tradiciones, te dejamos un último detalle: si visitas la abadía en Navidad, no te pierdas los dulces caseros que preparan las monjas. Dicen que están tan buenos que se forman colas que llegan hasta la calle. Una tradición deliciosa, y la mejor forma de terminar la visita con buen sabor de boca.