Abadía de Santa Ana

Puede que conozcas el nombre de la abadía Cisterciense, pero la abadía de Santa Ana no deja de ser una de las joyas de Málaga. El edificio que tienes ante ti es una obra maestra. Se trata de una pequeña iglesia luminosa, ni demasiado grande ni demasiado imponente, pero una vez que se le han puesto los ojos encima, difícilmente se les pueda desviar. Construida en 1878 en Santa Ana, la abadía del mismo nombre fue parcialmente destruida y reconstruida íntegramente en 1875. Es conocida por albergar una estatua de terracota, que corona la entrada desde el siglo XVIII. Pero no es la única escultura que podrás encontrar en la Abadía Santa Ana. Hace mucho tiempo, un artista, más precisamente un escultor, llamado Pedro de Mena, vivía cerca del lugar, en el mismo barrio, e incluso tenía su propio taller. Poco a poco, a medida que el artista dejaba hablar por sí mismo a su arte, el interior de la abadía de Santa Ana fue tomando forma poco a poco, para dar lugar al espléndido lugar que hoy conocemos. Será la entrada de sus tres hijas en la órden lo que sellará el destino de Pedro Mena al del monumento. Una alquimia tan fuerte que, según la leyenda, el artista deseó ser enterrado en el lugar, justo debajo de los pasos de los fieles. Un deseo finalmente cumplido, a pesar de que sus restos habían sido transferidos y olvidados en otra iglesia hasta 1996. Una pequeña anécdota simpática para tener en cuenta sobre el lugar. Cuando llega el fin de año y especialmente en Navidad, las monjas de Santa Ana vienen a vender pasteles. La leyenda dice incluso que estos son tan deliciosos que las filas de espera son interminables.