Los automóviles americanos de Cuba

Faros redondos, colores vibrantes, líneas curvas, un rugido anticuado: las berlinas americanas de Cuba tienen mucho para encantarnos y cautivarnos. Así que sí, es todo muy tópico, pero qué más da, nos lo tomamos todo con humor. De la postal a la realidad, la presencia de estos automóviles de culto es una alegría para los veraneantes que pasean por el paisaje urbano de La Habana. Pero ya que hablamos de ellos, ¿sabes algo de su historia? ¿Y sabes por qué y cómo se han convertido en un símbolo perdurable de la isla y de su capital? Averigüémoslo. Estos automóviles clásicos se importaron a Cuba durante un periodo de casi 50 años, a principios del siglo XX. Tras la revolución cubana de 1959, en 1962 entró en vigor el embargo estadounidense sobre todo comercio con Cuba. Y no se hizo ninguna concesión. Fidel Castro prohibió la importación de automóviles y piezas mecánicas estadounidenses. Esto impidió la renovación del parque automovilístico de su país. Como resultado, los únicos vehículos que podían circular por Cuba en los años 50 y 60 eran estos míticos y elegantes automóviles de carreras. Incapaces de sustituirlos, los cubanos tuvieron que asegurar su longevidad redoblando su ingenio. Modelos de gasolina convertidos en diésel, piezas chinas o rusas montadas en motores americanos, depósitos de combustible reconstituidos a partir de electrodomésticos… todo vale. Hoy, el número de estos automóviles antiguos en Cuba se estima en 70.000, en una gama de modelos que no puede ignorarse. El más antiguo y común es el Chevrolet BelAir de 1955. El Ford Fairlane Skyliner es uno de los más buscados por su sistema descapotable, vanguardista en la época. Luego estaban todos los demás: el Pontiac Chieftain, el Osdmobile Super 88, el Buick 8, etc. Los «almendrones», o grandes almendrones, como se les conoce aquí, han sobrevivido décadas, generación tras generación. Utilizados como taxis, o alquilados para bodas, son el medio de vida de muchas familias dispuestas a todo para seguir poseyéndolos.