Iglesia de San Juan Bautista

La iglesia que tienes ante ti sustituye a la antigua capilla del mayor beguinaje de Bruselas en el siglo XIII. Las beguinas no eran realmente monjas. En realidad, eran mujeres, generalmente solteras o viudas, a las que se les permitía vivir en comunidad bajo las reglas monásticas, pero sin hacer votos perpetuos. Tenían un molino, una lavandería, viñedos e incluso un hospital. Dado lo complicado y mal visto que era ser una mujer soltera, se puede decir que el beguinaje era una solución increíble para las interesadas. Hoy en día, los propietarios sociales se inspiran en los beguinajes medievales y construyen viviendas agrupadas para la vida en común, sobre todo para las personas mayores. Las casas de las beguinas han desaparecido, y hoy la historia contemporánea de la iglesia está estrechamente ligada a la del proyecto Casa de Compasión, dirigido por el sacerdote Daniel Alliët. Con su asociación, intenta ayudar a las personas más vulnerables, a madres y niños refugiados en Flandes, sin papeles y que viven en la calle. Y si te lo estabas preguntando, sí, ¡hay una relación entre el beguinaje y la expresión tener un flechazo por alguien! La frase tal y como la conocemos data del siglo XVIII, pero deriva de un hábito verbal del siglo XII. El movimiento del beguinaje comenzó en Lieja, en un convento fundado por Lambert le Bègue. En aquella época, las beguinas llevaban un fino tocado llamado Béguin. La historia cuenta que Lambert le Bègue tenía un talento especial para despertar en las mujeres el llamado de Dios, algo que se conoció como el “llamado del béguin”. “Embéguinarse” significaba entregarse ciegamente a Dios, pero luego evolucionó a “enamorarse”. La expresión desapareció por un tiempo y volvió a resurgir, no en los conventos, sino en los burdeles. Se decía que las chicas que se encariñaban con sus clientes “tenían el béguin”. Así que ahí lo tienen, diez siglos de existencia para una expresión que se originó en el beguinaje y que se sigue utilizando hoy en día.