Los frescos de Castelviel

Formado por unas pocas calles, el barrio de Castelviel, que se extiende al oeste de la catedral Sainte-Cécile, tiene el gran honor de ser la cuna de la ciudad desde la protohistoria. Es decir, desde el periodo entre el descubrimiento de la metalurgia y el de la escritura. Así pues, si detrás de cada uno de estos ladrillos se esconden varios siglos de historia épica albigense, lo mismo puede decirse de los dos testimonios artísticos que encontrarás a ambos lados de la calle de Castelviel. El primero, apenas visible al final de este callejón sin salida, es una pequeña pintura en el que un hombre con el pincel en la mano y el lienzo bajo la nariz parece perturbado por tu presencia. Este hombre es el pintor albigense Henri de Toulouse-Lautrec.  Un genio postimpresionista cuyos retratos, caricaturas, carteles y otras obras notables tuvieron un gran impacto en la escena artística francesa del siglo XIX. En 2015, cuando cambiaron el nombre de la calle sin salida, se sometieron a votación tres diseños de de frescos para vestir el muro del fondo. Entre el dibujo de un transatlántico y el de un caballo, fue este homenaje al artista de la ciudad, que fue creado por un estudiante de la Escuela Europea de Artes y Materiales, el elegido por los vecinos y turistas de paso. Más abajo, justo antes de la plaza del Castillo, se encuentra el otro fresco conocido de Castelviel. Mucho más grande, por no decir gigantesco, este mural se inauguró en 1989 para celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa. También celebra la vinculación del barrio de Castelviel a Albi durante este periodo crucial de la historia del país, tras una grave ruptura política entre el conde de Toulouse y el conde de Castres hacia 1295. Conmemorativos y decorativos, las obras de Castelviel demuestran que, en Albi, el arte y la historia van de la mano para ayudarnos a comprender mejor el pasado de la ciudad.