Puente Médard

Muy suavemente, pero con paso firme, estás a punto de cruzar el segundo curso de agua de Quimper: el Steïr. Un gesto que hoy parece de lo más cotidiano, pero que siglos atrás no lo era en absoluto.

En la Edad Media, el Steïr marcaba una verdadera frontera: de un lado, el barrio de la Tierra del Duque, bajo dominio ducal, y del otro, la ciudad episcopal del obispo, protegida por 1500 metros de murallas.

A lo largo de estas fortificaciones se alzaban varias torres defensivas y seis puertas fortificadas que daban acceso al corazón de la ciudad. Una de ellas era la puerta Médard, custodiada por un puente levadizo y dos barreras. Cuánto nos habría gustado verla en todo su esplendor… Pero con el paso del tiempo perdió su función defensiva y, al entorpecer la libre circulación en la ciudad, fue demolida, al igual que el resto de las puertas, durante el siglo XVIII.

Hoy, como único vestigio de aquella época, queda esta pequeña garita cilíndrica adosada a la muralla, y por supuesto, el nombre Médard, que acabó dando nombre a este puente. Según la hora del día, puedes observar desde aquí el ir y venir de las mareas, un fenómeno curioso que deja claro hasta qué punto Quimper, por su ubicación, está directamente influenciada por el océano Atlántico.