El teatro Max Jacob

A orillas del Odet, Quimper rejuvenece llevándonos de viaje a una época en la que los locos años veinte y la Belle Époque estaban en pleno esplendor. Una promesa de paseo arquitectónico que comienza justo ahora con el teatro Max Jacob, ahí mismo frente a ti.

Su elegancia logra poner de acuerdo a todo el mundo, aunque este monumento cultural no lo tuvo fácil para hacerse un sitio en la ciudad. ¿La razón? Un contexto poco favorable en el momento de su construcción. Te lo contamos. Durante el siglo XIX, la burguesía local repetía sin cesar que en Quimper no había un teatro digno. Esta vieja historia, que llevaba tiempo arrastrándose, dio un giro inesperado en 1893, cuando un abogado quimperense llamado Urbain Couchouren legó a su ciudad un huerto, con la única condición de que allí se construyera un hospicio para ancianos.

Pero al ayuntamiento no le entusiasmó mucho la idea, y decidió apostar por otro proyecto que le hacía más ilusión: levantar por fin el tan ansiado teatro. Entre la ruptura de la voluntad del benefactor y los arreglos financieros que se tejieron en consecuencia, el teatro se convirtió en un auténtico culebrón jurídico. El poeta y pintor Max Jacob, que más tarde frecuentaría esta sala, llegó incluso a relatar esta historia en su novela y obra teatral El Terreno Bouchaballe.

A pesar de todas las oposiciones, el presidente de la República de aquel entonces, Émile Loubet, firmó un decreto que autorizaba la creación del teatro, inaugurado en 1904 tras dos años de obras. Inscrito como monumento histórico desde 1997, el teatro Max Jacob está actualmente cerrado por reformas.

Habrá que esperar hasta 2025 para volver a admirar su interior de estilo italiano. Mientras tanto, si te apetece, puedes tomarte un respiro en el jardín inglés que está justo detrás.