Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria

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Te encuentras ante la hermosa iglesia barroca de Nuestra Señora de la Candelaria. Su historia comienza con una leyenda. En el siglo XVII, un barco llamado Candelaria se vio envuelto en una tormenta en alta mar y evitó por poco el naufragio. Al llegar a salvo a Río, el pequeño grupo de portugueses, aún conmocionados, encargaron la construcción de una capilla, cumpliendo así el juramento que habían hecho durante la tormenta. Hacia 1609 se construyó una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Candelaria. Posteriormente fue ampliada, renovada y transformada para dar el aspecto que hoy tienes ante ti. Su fachada remite al barroco portugués y, como todas las iglesias coloniales, está orientada hacia la bahía de Guanabara, que era la entrada a la ciudad. Los altares del interior fueron esculpidos por el gran maestro del rococó brasileño, Mestre Valentim, en el siglo XVIII. Luego, en el siglo XIX, se siguió el modelo neorrenacentista y las paredes y columnas se recubrieron de mármol italiano. Las pinturas fueron creadas por Zeferino, pintor y profesor de la Academia Imperial de Bellas Artes. Actualmente se consideran obras maestras del arte religioso. También se añadieron las naves y la cúpula se envió a construir a Lisboa, y una vez instalada convirtió a La Candelaria en el edificio más alto de la ciudad. La iglesia es, por tanto, una de las obras de arte más importantes del Brasil del siglo XIX, y sin duda una de las iglesias más bellas de Río. Pero también está vinculada a una tragedia que conmocionó a Brasil y sacudió a la prensa internacional con la masacre de la Candelaria. El 23 de julio de 1993, poco antes de medianoche, un grupo armado llegó en coche y disparó contra decenas de personas sin hogar, principalmente niños y adolescentes, que dormían cerca de la iglesia. Según las investigaciones de Amnistía Internacional, 44 de las 70 personas que dormían sin techo en esta zona murieron violentamente. La mayoría de las víctimas eran negras. Delante de la iglesia se ha erigido una cruz de madera con los nombres de las víctimas, y en el suelo hay mosaicos con 8 cuerpos sin vida. Los autores del crimen pertenecían a una milicia y varios de ellos eran antiguos miembros de la policía militar de la ciudad. Fueron detenidos y sus juicios y las duras condenas que siguieron se consideraron un intento de poner fin a la impunidad que gozaban los escuadrones de la muerte formados, en la mayoría de los casos, por policías o ex policías. Desde entonces han sido puestos en libertad y absueltos.

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